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El vendedor de consignas

20 Aug 2023
El vendedor de consignas

En el apacible pueblo de Consolador del Este vivía Victoriano Alegre, un jubilado de 76 años que había dedicado toda su vida al Sindicato de la Fábrica de Palitos para Carteles de la localidad. A pesar de las luchas y sueños que había albergado en su juventud, como el anhelo de tener su propio auto estatal con chofer, la vida le había otorgado una bicicleta veintiséis como único medio de transporte. Sin embargo, ahora retirado y en medio de una monotonía que le resultaba desconocida, Victoriano decidió dar un giro radical a su rutina para embarcarse en la creación de su propio emprendimiento.

Explorando las posibilidades que se extendían frente a él, comenzó a tejer una red de ideas para su nuevo negocio. Así creó una lista de opciones que abarcaban desde redactar un curso de adiestramiento para la colocación de palitos en el centro de los carteles, hasta desarrollar un corrector ortográfico especializado en murales políticos. Otra idea que germinó en su mente fue la creación de una fábrica de pinturas fosforescentes que ofreciera los colores de la bandera, brindando una forma original de mostrar el orgullo por su comunidad. Sin embargo, después de sopesar las alternativas, Victoriano se sintió atraído por una en particular: convertirse en un "Vendedor de Consignas". La idea de crear frases combativas y motivadoras le pareció un hermoso camino a seguir. Cada idea que fluía de su mente parecía inyectar nueva energía en su vida, dándole un propósito renovado y un motivo para levantarse cada mañana con una sonrisa.

Con sus ideas claras y decididas, Victoriano Alegre se lanzó a materializar su sueño. Después de algunas gestiones, alquiló un pequeño espacio en el portal de Chismolinda Catalejo, la presidenta del Comité de la localidad. Allí, con entusiasmo y dedicación, montó su pequeño negocio de carteles con frases únicas y sorprendentes.

Sus consignas eran un reflejo de su aguda observación de la vida cotidiana. Los carteles rezumaban optimismo y picardía, dejando un toque de sorpresa y alegría en quienes los leían. Desde el optimista "¡Ahora sí que sí aunque parezca que no!" hasta el inolvidable "¡Gloria eterna a la carne de primera!", cada consigna era un pequeño rayo de luz que iluminaba los días de los habitantes de Consolador del Este.

Las frases continuaban con un toque de irreverencia y sabiduría local, como "¡Viva la inquebrantable amistad entre el queso y los casquitos de guayaba!" y "¡El enemigo no podrá impedir que lo tengamos de enemigo!", lo que generaba risas y asentimientos por igual. Entre sus creaciones también se encontraban mensajes como "¡No los queremos, pero los necesitamos!" y "¡Viva Consolador libre!", cada uno aportando su propia chispa de ingenio y reflexión.

De esta manera las consignas de Victoriano comenzaron a ser parte de las conversaciones y momentos compartidos en el pueblo. Pero a los dirigentes del pueblo no les agradaba el asunto, porque les robaba inmediatez y originalidad. Así que decidieron convocar a una protesta en contra del negocio y pidieron al pueblo que fueran con carteles que tuvieran contra-consignas.

Sin embargo, hubo un giro inesperado en los acontecimientos. La gente convocada por los dirigentes se encontró en un dilema: no tenían la creatividad ni la experiencia necesaria para elaborar contra-consignas ingeniosas. Ante esta situación, alguien sugirió una solución poco convencional: pagar a Victoriano para que él creara las contra-consignas en contra de sus propias consignas.

Victoriano aceptó la propuesta y, con astucia, trabajaba en la creación de las contra-consignas durante las noches, manteniéndolas en secreto hasta la protesta. Mientras la plaza principal se llenaba de carteles, las palabras ingeniosas y satíricas de Victoriano tomaban forma en los carteles en contra de sus propias creaciones. La ironía de la situación no pasó desapercibida para los habitantes del pueblo, y pronto se corrió la voz de que Victoriano estaba detrás de ambas partes de la controversia.

La protesta se desarrolló con pancartas a favor y en contra, generando discusiones y debates acalorados. Mientras tanto, Victoriano observaba desde su rincón, con una mezcla de orgullo y diversión por la situación creada. Lo que en un principio parecía una amenaza para su emprendimiento se había convertido en una oportunidad inesperada.

Al final del día, Victoriano había duplicado sus ganancias. No solo seguía vendiendo sus originales textos, sino que también había ganado un nuevo público que apreciaba su ingenio tanto en las consignas como en sus respectivas contra-consignas. Así las cosas, una mañana, el portal de Chismolinda Catalejo amaneció con un inmenso cartel promocional que decía: ¡Mipyme es, hoy más que nunca, NuestraPyme!

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