Comí en el monstruo. Crónicas martianas

Semanario El Criollo Perretú.
Tampa, 27 de noviembre de 1891

Por nuestro enviado especial, José Julián Martí Pérez

Queridos lectores,

Hoy, desde la exuberante y peculiar ciudad de Tampa, tengo el honor de compartir con ustedes una crónica llena de asombro y desconcierto. Mi viaje a estas tierras ha sido como adentrarme en un mundo donde las leyes de lo razonable parecen haber sido desafiadas.

Al llegar, quedé perplejo al descubrir que aquí la gente tiene la capacidad sobrenatural de comer más de un pan en un solo día. ¡Imaginen mi sorpresa! Mientras en nuestra querida patria cada miga de pan es un tesoro, aquí pareciera que dicho alimento se multiplica como realtors en recesión. Es un festín interminable, una danza de migas en cada hogar floridano.

Pero eso no es todo, perretudos que amablemente me leen. He descubierto que en estas tierras lejanas, conservan esa joya gastronómica peculiar llamada "tortica de Morón". ¡Sí, han oído bien! Aparentemente, estos habitantes tienen información confidencial sobre nuestras delicias culinarias más preciadas. Me pregunto si han logrado espiar a los cocineros de nuestras tropas.

¿Y la falta de higiene en la preparación del arroz?, ¡oh, divinidad! Aquí no escogen los granos antes de cocinarlos. Arrojan el puñado a la olla en su estado más salvaje y primitivo. ¿Acaso no saben que cada grano debe ser seleccionado con delicadeza para garantizar la excelencia de nuestro plato insignia? Me atrevería a decir que la incomprensión del arte del congrí podría ser una señal de alarma para la integridad de estos lugareños.

¡Y no termina ahí! ¡Oh, no! Los chícharos, esos pequeños y deliciosos seres verdes, se enfrentan a un destino cruel en esta tierra. Durante su cocción, se ablandan excesivamente, perdiendo su encanto y sabor característicos. ¿Cómo es posible que estos amantes de los detalles culinarios desconozcan la importancia de mantener la firmeza, cual cubano digno, de los chícharos en su textura? Estoy perplejo, queridos lectores, completamente perplejo.

Sin embargo, la extravagancia no se limita a la gastronomía. En estas tierras, los perros han abandonado sus ancestrales rituales y no orinan en los postes, desafiando nuestra tradición más sagrada. Pareciera que incluso los canes han sucumbido a la flojera local. ¿Hasta dónde llegará esta transgresión? ¡Estos perros, que no alzan las patas, no sabrán defender todavía!

Y aquí va el colmo del absurdo, amigos. Encontré un empleado cuyo carruaje supera con creces al de su jefe. ¡Una afrenta directa al orden jerárquico establecido! ¿Dónde quedan los principios básicos de respeto y deferencia? ¿Cómo podemos confiar en una sociedad donde los empleados rebasan a sus superiores en riqueza motriz? La discordia parece reinar en estas tierras, desafiando la lógica y el sentido común.

En conclusión, estimados lectores, me siento confundido y desorientado en estr lejano paraje. Me pregunto si estos extraños e inusuales comportamientos son representativos de la mentalidad de las personas que he encontrado aquí. Pongo en tela de juicio su capacidad para abrazar y apoyar nuestra lucha por la independencia. Solo el tiempo dirá si encontraré en Tampa los aliados que la causa de nuestra patria necesita.

Con el corazón lleno de dudas, me despido de ustedes. Y como siempre que llueve es Tampa, espero que esta crónica sirva como una llamada de atención para reflexionar sobre el verdadero espíritu patriótico.

¡Al machetemente!
¡Viva Cuba libre!

José Martí

Corresponsal del Semanario El Criollo Perretú.